31 minutos en concierto

Hugo José Suárez

El programa de televisión chileno para niños 31 minutos (que empezó sus emisiones en el año 2003) es de lo mejor que ha pasado por la pantalla chica. Sus personajes, que son títeres sencillísimos, evocan la vida al interior de la tele desde una posición crítica que deja al desnudo lo frívolo y patético del discurso emitido desde los lujosos estudios que caracterizan ese mundo. Es el mejor intento de criticar la tele desde la tele, usando los recursos más simples y teniendo la imaginación como divisa principal.
En un momento en el que el aparato mediático se había convertido en el lugar de legitimidad del discurso neoliberal, de promoción de figuras vacías de farándula que alcanzaban la gloria y la fama en unos meses, de venta de productos inservibles con fantásticas publicidades que ocultaban la miseria de lo que vendía, y un largo etcétera que caracterizó la televisión chilena –y la latinoamericana con honrosas excepciones-, 31 minutos apostó por lo contrario: un programa hecho con calcetines con botones y material de reciclaje, con alto contenido crítico, mucha música e inteligencia.
Los directores entendieron bien que no es necesario apagar la tele para criticarla, sino que uno se puede meter a la entraña del monstruo y desde ahí disparar contra el sistema con mayor eficacia. Comprendieron también que un programa para niños no sólo es para ellos –como Los Simpson-, o más bien no es privativo para los adultos. Tuvieron claro que los niños no son idiotas ni humanos incompletos a los que hay que hablarles como subnormales, que son seres muy listos, exigentes, sinceros y entretenidos.
Hace unas semanas tuve el gusto de asistir a un concierto de 31 minutos en la Ciudad de México. En cuanto vi anunciada su presencia, compré boletos para mí y mi familia, seguro de que mis hijas la pasarían tan bien como yo. Y así fue.
Llegamos temprano, yo tenía muchas preguntas sobre cómo sería el show, pues se trata de un programa de títeres que pasa en televisión, ¿qué harían en un teatro tradicional? Nuevamente su creatividad me cautivó. El escenario estaba dividido en dos, adelante los músicos, y atrás el lugar para los muñecos. A los costados, dos pantallas. Uno podía seguir el espectáculo sea por la pantalla gigante, o dirigir la mirada al primer o segundo escenario. Construyeron una historia con el personaje principal –Tulio, un vanidoso conductor de noticiero- que era una sátira al delirio de grandeza de quienes trabajan diariamente en ese medio, e introdujeron sus magníficas canciones en el relato. Tuvieron al público mexicano aplaudiendo, gritando y cantando, especialmente cuando al interpretar “Diente blanco no te vayas” la empalmaron con el estribillo “Dime cuando tú vas a volver” de la canción Querida, del compositor recientemente fallecido Juan Gabriel, lo que fue motivo de algarabía general en todo el auditorio. Cada minuto de 31 minutos fue excitante, un deleite, una fiesta de la creatividad y la crítica lúcida.
Volví a casa –luego de atravesar, a la salida del concierto, por los mercaderes que vendían todo tipo de recuerdos a precios descabellados- a seguir escuchando canciones y charlar con mis hijas sobre el contenido y no dejar de admirar a esos maravillosos productores que supieron combinar Mafalda con el Show de los Muppets. Por suerte, la imaginación no tiene límites y no necesita más que entusiasmo y libertad para fluir. Quizás esa es la mejor enseñanza de 31 minutos.

Publicado en el diario "El Deber" 

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