Paseo por Buenos Aires

Hugo José Suárez

Debo admitir que siento una fascinación extraña con Buenos Aires. Es de lejos uno de los lugares que más me gusta visitar. Muchos dirán que lo mío no es más que una imagen turística y apresurada, pero me voy a permitir compartir mis impresiones en estas líneas.

Es curioso que una ciudad con millones de habitantes tenga un amplio anillo central generoso con el peatón. Caminar por las espaciosas veredas es agradable, la compañía de los autos no perturba, se respeta el cruce en las esquinas, los semáforos, los tiempos para cada quien. El transporte público es muy cómodo, uno se desplaza con facilidad. La cantidad de cafés en cada cuadra le da vida a la calle, convirtiendo el espacio público urbano en un lugar de encuentro, de intercambio, de deleite. Con unos amigos apostábamos a que uno puede dirigirse en cualquier dirección y caminará un buen tramo sin toparse con una horrible avenida que impida el tránsito o un condominio de puertas cerradas. Entretanto, la seguridad es razonable comparada con otros países latinoamericanos. La arquitectura, aunque descuidada en algunos lugares, guarda cierta homogeneidad y estética.

Mi contraste directo es la Ciudad de México -que amo y habito- y también es una urbe hermosa, pero cuyos desfases son desesperantes. Si desde el Zócalo uno camina derecho en cualquier dirección, las primeras cuadras serán esplendorosas, incomparables por su majestuosidad, pero no tardará mucho en toparse con una horrenda avenida que no le permita el paso, el deterioro irreversible de construcciones, comercio informal abrumador, las agresiones de coches o de otros peatones, sin contar el incremento de la inseguridad paso a paso.

Me pregunto qué hicieron en Buenos Aires para que la vida urbana sea tan cómoda, cuál fue la fórmula para conjugar el paso de los peatones, las necesidades de desplazamiento, la cotidianidad en el medio de una gran ciudad.

Entre mis visitas, me concentro en la inevitable escapada a la librería Ateneo, antiguo teatro hoy devenido en palacio de libros. El lugar es una maravilla, una invitación a caminar entre títulos y estantes, y detenerse, guiados por el azar, en un autor no programado. Como imaginarán, mi tarjeta de crédito sufrió los embates de mi paso por ahí. Salí con la bolsa llena.

Pero quiero concentrarme en un texto que me conmueve: El salto de papá (2017), de Martín Sivak. El autor escribió varios textos sobre Bolivia. Lo conocí cuando publicó El asesinato de Juan José Torres (1997) -hice una reseña años atrás-, luego se dedicó a la biografía no autorizada de Hugo Banzer (2001), y finalmente el exitoso retrato de Evo Morales: Jefazo (2008). En todo ese tiempo visitó muchas veces Bolivia, alguna vez se alojó en casa de mi madre y entrevistó a mi abuelo cuando todavía estaba vivo.

Pero este nuevo título, que lo compré sin dudar, es especial. Se trata de la narración sobre el suicidio de su padre, para lo cual revisa su pasado familiar, la historia del secuestro y asesinato de su tío, y en medio los entretelones de la dictadura y la democracia argentina. Su pluma ágil y la intención de llegar al gran público, hicieron que el libro se reedite cuatro veces en cuatro meses; un éxito impresionante. Aunque la verdad a mí me llama desde otro lado.

Resulta que tengo pendiente escribir un libro sobre la muerte de mi padre Luis Suárez Guzmán el 15 de enero de 1981 en manos de la dictadura de García Meza. Al leer a Sivak, sentado en un café de la Avenida 9 de julio, empezaba a hacer lo que sería el índice del texto pendiente. Con el libro de Martín en la mano, miraba con cierta admiración la posibilidad de sentarse frente a la pantalla y dejar que fluya una historia tan difícil como la muerte de papá. No sé si lo haré, si lograré atravesar la barrera de las emociones, o más bien si las podré organizar para que guíen mis palabras. Se verá, por lo pronto las letras de Sivak me hicieron fantasear en el proyecto todavía no cumplido.


El caso, como decía, es que Buenos Aires es una ciudad maravillosa, provocadora y desafiante.

Publicado en el Diario el Deber, 03/12/17

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